viernes, 13 de enero de 2017

El edificio (I)

Anoche acabó otro ciclo y en este primer día del año, los propósitos llenan el aire, se respiran, inundan el ambiente como el olor de los dulces navideños en el rellano de la escalera.
Este rellano, esta escalera en general, es como todas. Es el número 23 de cualquier calle; un portal oscuro, descuidado en el fondo más que en la forma. Con su manita de pintura anual, con sus apliques de bombilla de 60W que le dan ese aspecto mortecino. Con sus buzones casi doblados por el peso de docenas de folletos de propaganda y los nombres incompletos en las ventanillas, cada uno con un sistema distinto de rotulación: el pulcro vecino que tecleó cuidadosamente sus apellidos y los de su difunta; los de arriba, que son tan brutos que  hicieron la etiqueta con rotulador y los chavales estos del tercero que han puesto su nombre con cinta de ésa azul de la maquinita y que duelen los ojos sólo de verlo.
Tan distintos sus buzones como distintas son sus vidas, sus deseos y distintos sus propósitos.


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