Anoche acabó otro ciclo y en este
primer día del año, los propósitos llenan el aire, se respiran, inundan el
ambiente como el olor de los dulces navideños en el rellano de la
escalera.
Este rellano, esta escalera en
general, es como todas. Es el número 23 de cualquier calle; un portal oscuro,
descuidado en el fondo más que en la forma. Con su manita de pintura anual, con
sus apliques de bombilla de 60W que le dan ese aspecto mortecino. Con sus
buzones casi doblados por el peso de docenas de folletos de propaganda y los
nombres incompletos en las ventanillas, cada uno con un sistema distinto de
rotulación: el pulcro vecino que tecleó cuidadosamente sus apellidos y los de
su difunta; los de arriba, que son tan brutos que hicieron la etiqueta
con rotulador y los chavales estos del tercero que han puesto su nombre con
cinta de ésa azul de la maquinita y que duelen los ojos sólo de verlo.
Tan distintos sus buzones como
distintas son sus vidas, sus deseos y distintos sus propósitos.
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